Para un balance del octubre catalán

Ha pasado ya un año de la celebración del referéndum de autodeterminación en Cataluña. Transcurrido este tiempo, parece un buen momento para empezar a trazar un balance de lo ocurrido. Esto no suele ser una práctica habitual en la izquierda, pero sin un análisis de dónde nos han conducido los programas y las tácticas adoptados es imposible aprender de las experiencias y estamos condenados a repetir errores. La mayor parte de la izquierda radical apoyó la independencia de Cataluña. Un año después, ¿qué se ha conseguido? En su haber podemos apuntar muy poca cosa. Pero empecemos por el principio: el pasado 1/10/17 se celebró el referéndum (prohibido por el gobierno español) en medio de la represión gracias a una estructura clandestina y el apoyo del gobierno autonómico.

Por su parte, los capitalistas, los que de verdad tienen el poder, votaron en su propio referéndum: el traslado por miles de sus sedes sociales a otras regiones de España. Cualquier posibilidad para la independencia murió en aquel momento. A todo esto, el gobierno autonómico catalán declaró una independencia “suspendida”. El gobierno español reaccionó suspendiendo la autonomía, asumiendo directamente la administración y convocando elecciones en un corto plazo. Cabe decir que esas elecciones fueron tachadas de ilegítimas por los independentistas. Sin embargo, todos ellos las legitimaron al presentarse y formar posteriormente un gobierno en base a los resultados de estas. De hecho, la formación de ese gobierno se alargó varios meses por las tensiones entre las distintas camarillas nacionalistas. Finalmente, se procedió a la investidura de un personaje cuestionable que había proferido expresiones xenófobas hacia el resto de españoles.

Tras un agitado viaje, se había vuelto al punto de partida, una Cataluña con un gobierno autonómico, aunque por el camino se habían quedado los líderes independentistas encarcelados o huidos, la represión y la exacerbación de las tensiones nacionalistas.

  1. Referéndum, represión y pacifismo

En cuanto a la represión, el repudio ha sido generalizado tanto en Cataluña como fuera de España (no así en el resto de esta), lo que ha sumado algunos apoyos a la causa independentista. Sin embargo, de lo que no se ha hablado demasiado es que, en las reuniones y asambleas previas para la defensa del referéndum, como pudo comprobar en persona quien escribe esto, los organizadores actuaron como freno y se negaron a defender consecuentemente la consulta. Desde las organizaciones independentistas, con un destacado protagonismo de la CUP, se impusieron verticalmente los métodos de lucha, de los que quedaban expresamente excluida toda forma de resistencia activa (por ejemplo, se vetó el uso de barricadas para dificultar el movimiento de las fuerzas represivas). El objetivo declarado era obtener una buena imagen en la prensa internacional. De hecho, el efecto de esta táctica fue el de facilitar la represión. En ningún foro independentista se ha puesto sobre la mesa como el propio nacionalismo catalán facilitó con sus consignas y su accionar burocrático la represión policial. Esto es una muestra de que ni los propios interesados consideraban la votación como un referéndum válido sino más bien una jugada con la que poner en un aprieto al gobierno español.

Esta orientación se ha mantenido de manera consistente en todas las movilizaciones posteriores, en las que ha prevalecido el mantra “som gent de pau” (somos gente de paz). Quien adoptara unas tácticas más combativas en las manifestaciones se expondría al linchamiento al grito de ¡infiltrado! Por tanto, si bien la realización del referéndum tiene un punto positivo en el ejercicio de un derecho democrático y en el fomento del desprecio a la legalidad burguesa, su potencial progresivo quedó ampliamente neutralizado por el predominio del pacifismo burgués y también por la exaltación nacionalista que produjo.

Sin duda, resulta algo chocante esta insistencia de los independentistas en el pacifismo cuando se requieren otros medios (bloqueo de carreteras y puertos, ocupación de edificios públicos, etc.) para conseguir sus objetivos. Y es que rechazar los medios es rechazar el fin que por ellos se realiza. Esto conecta con el imaginario paralelo en el que suelen vivir políticamente los independentistas. En la cúspide del paroxismo, muchos pretenden vivir en una ya proclamada república imaginaria independiente y exigen a sus políticos que tomen medidas para materializarla. Esto conecta también con la ciega defensa de los resultados del referendo que algunos ensayaron. Pero es que, mal que les pese a algunos, en términos generales solo votaron los partidarios de la independencia. Esto y las condiciones en que se celebró no ameritan aplicar su resultado.

  1. Exaltación nacionalista

Una consecuencia evidente de todos estos hechos es el aumento de las tensiones nacionalistas en Cataluña. Si bien el independentismo ya venía copando el imaginario colectivo y manifestándose masivamente, cada vez son más omnipresentes sus símbolos nacionales, a los que se han sumado los del bando contrario. El movimiento nacionalista catalán ha provocado una reacción españolista que por primera vez en muchas décadas se manifiesta masivamente en Cataluña. También en el resto de España hemos asistido a un resurgir inédito del nacionalismo español.

En cuanto a esto último, es necesario denunciar el discurso del independentismo y sus aliados de izquierda que considera a todo nacionalista español o unionista como de extrema derecha o fascista. Esto lleva a que un partido como CiU (ahora PDeCAT) sea embellecido como “socioliberal”, mientras que Ciudadanos, con un programa económico similar, sea etiquetado de fascista. Sin que el nacionalismo español nos produzca ninguna simpatía, es claro que se trata de la típica táctica frentepopulista para apoyar a la fracción burguesa de turno.

En torno a la omnipresencia de símbolos nacionalistas ha ocupado un lugar destacado la proliferación de lazos amarillos. Estos expresan un reclamo legítimo, la liberación de los presos políticos, pero aparecen insistentemente junto al programa nacionalista y son colgados por partidarios de ese programa, lo que los convierte en un símbolo de parte. Los nacionalistas españoles han protagonizado más de una polémica veraniega ante la abrumadora presencia pública de los lazos, ya que les desagrada ser recordados de la represión que defienden.

  1. División nacional

La situación de exaltación nacionalista que relatamos ha hecho saltar por los aires una de las ficciones fundamentales sobre las que se levantaba la política catalana: que Cataluña era un sol poble (un solo pueblo). Esta consigna fue acuñada por el PSUC a finales de los sesenta como respuesta a la llegada masiva de migrantes del resto de España. No se trataba solo de defender los derechos culturales de los catalanes frente a la dictadura, sino además de sumar a la clase obrera de conjunto al proyecto nacional catalán. Es por esto que el stalinismo tuvo un papel central en la construcción nacional catalana.

Pues bien, aún a pesar de su considerable éxito, la consigna un sol poble expresaba una voluntad más que una realidad. A pesar de las políticas educativas y culturales aplicadas desde la instauración de la autonomía de Cataluña, en 1980, hubo un sector de la población (aproximadamente la mitad) que permaneció ajeno a la nación catalana y más cercano a la española. Durante mucho tiempo esta gente se conformó con una aceptación resignada de la autonomía y un voto mayoritario al PSC-PSOE como partido nacional. Sin embargo, en paralelo al auge independentista, desde hace aproximadamente una década se da un viraje progresivo hacia un nacionalismo español más explícito, lo que explica el ascenso de Ciudadanos.

Si continúa la dinámica presente, todo indica que se va a una profundización de las divisiones y hacia la constitución de dos comunidades nacionales en Cataluña. Es lo que apunta el comportamiento electoral mayoritario. Estas comunidades ya se encuentran semi-diferenciadas por origen, lugar de residencia, lengua y comportamiento político. La división nacional no coincide necesariamente con la de clase, pero quienes apoyan la independencia suelen tener un nivel de ingresos superior, cuestión por otro lado lógica dada la historia y las condiciones de llegada de la migración interior española. Sin embargo, una división étnica de tal calibre sería un desarrollo nuevo y preocupante. Desde un punto de vista de clase, es trágica la división de los trabajadores por cuestiones nacionales.

En definitiva, estamos ante dos proyectos inconclusos de construcción nacional en competencia uno con el otro. En relación con esto, existen importantes tensiones dentro de la propia burguesía catalana sobre qué proyecto abanderar, en función de cual creen que pueda aportarles mayores beneficios. No podemos olvidar que la burguesía catalana ya tiene su Estado, España, con el que constantemente negocia una cuota mayor de poder y plusvalía. En la medida que el independentismo haya fortalecido su posición negociadora, ya ha cumplido su función. Por otro lado, el independentismo ha tenido un papel fundamental en la relegitimación de la dominación política de la burguesía en Cataluña, que había sufrido un golpe con la crisis mundial y el ajuste consecuente. Es en este sentido que hay que interpretar las declaraciones del otrora líder independentista Artur Mas enfriando el entusiasmo nacionalista. A consecuencia de todo esto, se ha demostrado que hay poco apoyo efectivo entre los capitalistas a la secesión. Quien ha tomado las riendas del movimiento ha sido una masa enardecida pequeñoburguesa que intenta arrastrar a los trabajadores detrás de sus banderas.

  1. La “crisis de régimen”

Todo lo que pueden presumir los partidarios de izquierda del nacionalismo catalán es la supuesta “crisis del régimen del ‘78” que ha provocado este movimiento. Es decir, el sistema político democrático burgués vigente en España estaría al borde del derrumbe para ser sustituido por otro sistema político democrático burgués. A cualquier revolucionario este logro debe parecerle bastante mediocre.

Pero es difícil incluso ver tal crisis de régimen con la monarquía renovando su papel de garante de la estabilidad, con la guardia civil aplaudida en toda España, con la nueva fuerza dada al nacionalismo español. Todo lo conseguido ha sido la sustitución tangencial de un gobierno del PP por uno del PSOE, que siempre ha sido la expresión más consecuente del capitalismo español. Si no se trata de una consolidación sí es al menos una renovación del régimen político, del que los políticos nacionalistas catalanes forman parte.

Por otro lado, en los ambientes políticos radicales lo que prima es el desánimo y el hastío. El efecto ha sido el de ahogar toda lucha en la marea nacionalista. Incluso entre los círculos independentistas empieza a manifestarse el cansancio y el desengaño, atrapados en un proyecto al que no quieren renunciar pero que es a todas luces inalcanzable. Las direcciones políticas del independentismo llevan meses oscilando entre, por un lado, mensajes para rebajar los ánimos y gestos de distensión con el nuevo gobierno del PSOE y, por otro, proclamas maximalistas para contentar a sus seguidores más enfervorecidos. En este sentido, el encarcelamiento y la persecución judicial de los líderes independentistas, completamente desproporcionados, es el motor de un movimiento que se va quedando sin expectativas realizables.

El independentismo se resiste a aceptar la imposibilidad efectiva de la secesión en el contexto actual. Si algo ha demostrado este año es que no se dan las condiciones ni sociales ni políticas para ese proyecto. Más aun cuando la mitad del propio “país” está en contra. No aceptar este hecho lleva a una movilización estéril que solo puede acabar en la derrota y la desmoralización. Es poco probable que las condiciones cambien por ahora, así que, a la espera de la próxima crisis capitalista mundial, algunos independentistas confían en privado en que se desate una nueva y más dura ola represiva que justifique su programa.

  1. Sobre el carácter de clase de la CUP

Los apologistas del nacionalismo catalán suelen citar la existencia del partido de izquierda CUP o los CDR como prueba de lo progresivo de la independencia. Veamos con más detalle de qué se trata cada uno.

En primer lugar, los CDR (Comitès de Defensa de la República) son un espacio autoconvocado que surgió al calor del referéndum (al que se refería la “R” originalmente). En ellos convergieron las asociaciones independentistas (ANC y Òmnium), militantes de la izquierda independentista e independientes favorables a la celebración del referéndum. Una vez pasado este, los CDR se han convertido con naturalidad en una plataforma electoral y movilizadora de los partidos independentistas. Y es que los movimientos no existen en el aire. El asamblearismo no previene contra levantar una política antiobrera. Por eso es importante preguntarse por el carácter de clase de los movimientos. Por sus estrategias, sus programas y sus direcciones. Y en el caso de los CDR son plenamente nacionalistas, sin un ápice de contenido liberador.

Por su parte, la corriente dominante en la izquierda radical catalana es el independentismo de izquierdas, nucleado en torno al partido CUP (Candidatures d’Unitat Popular). Sus militantes suelen reaccionar aireadamente cuando se utiliza una perspectiva materialista para analizar el carácter de clase de su movimiento. Sin embargo, no les cabe otro calificativo que el de nacionalismo pequeño burgués estatista de izquierdas.

El programa de la CUP es netamente pequeño burgués, ya que hace gala de un profundo nacionalismo con su defensa decidida de la construcción nacional y habla continuamente de “soberanía”. Este nacionalismo supura con fuerza en su demanda irrenunciable de reivindicar los Païssos Catalans (Países Catalanes). Se trata de un claro ejemplo de irredentismo con base social en un sector de la pequeña burguesía, pues nunca ha existido en Cataluña, Valencia y Baleares una burguesía con unos intereses comunes. Es también habitual la defensa habitual del pequeño comerciante y del localismo, la apología del consumo de drogas y la pose radical vacía de contenido. Por último, hacen gala de posiciones proteccionistas en defensa del capital nacional y la pequeña burguesía. Una de sus obsesiones es la salida de la UE y el euro, postura devaluacionista claramente antiobrera en tanto implica la caída del salario. Para una crítica más extensa a estas posturas reaccionarias, véase aquí.

Por otro lado, este partido gobierna ayuntamientos y sostiene al gobierno autonómico, por lo que participa de la gestión del capitalismo y, a la vez, forma parte del Estado español al que tanto se opone. Además, no podemos dejar de señalar la profunda hipocresía de este movimiento, que dice querer la libertad de los presos políticos catalanes mientras aplaude el encarcelamiento de opositores y sindicalistas en Venezuela. Lo que se demuestra es que no están en contra de la existencia de presos de conciencia, sino que simplemente quieren meter a gente distinta en la cárcel, probablemente todos los que no pensamos como ellos.

Por otra parte, durante los últimos meses nos han regalado con escenas memorables, como su continuo servilismo hacia el “presidente legítimo” Puigdemont al que se han subordinado en sus declaraciones como si de figura paterna se tratara. En su propaganda posterior al referéndum se puede observar como la votación en una consulta de la democracia burguesa y la posterior edificación de un Estado capitalista se considera el epítome de la libertad. Mezquina libertad la que proponen.

Por último, está claro que su proclamado “socialismo” se ubica entre el reformismo socialdemócrata asistencial y el capitalismo de Estado a la bolivariana, ambas opciones que se han demostrado desastrosas para la clase obrera. No dista apenas de la posición típica del stalinismo, que nada tiene que ver con el socialismo tal como lo entendemos los marxistas.

  1. Explotación, opresión y autodeterminación

Para justificar el apoyo a la independencia algunos han intentado argumentar que Cataluña está explotada u oprimida. En primer lugar, hay que afirmar categóricamente que Cataluña no está explotada por España. De hecho, se trata de una de las regiones más desarrolladas. Hay quien habla de un supuesto “expolio fiscal”, ya que la comunidad aporta en impuestos más de lo que recibe en transferencias. Es lo que sucede en todos los Estados capitalistas con las regiones más avanzadas. Y es que además los impuestos son plusvalía, es decir, trabajo no pagado que los capitalistas se apropian. Cómo se distribuyan es plenamente una disputa interburguesa que en nada interesa a la clase obrera. La única explotación que hay en Cataluña es la de la burguesía (catalana, española y mundial) sobre los trabajadores (catalanes, españoles y del resto del mundo).

Por otro lado, tampoco hay opresión nacional en Cataluña, ya que los catalanes pueden aprender y utilizar su lengua sin impedimentos. De hecho, es a todos los efectos la lengua oficial del Estado en Cataluña (organismos y servicios gubernamentales, policía, enseñanza y sanidad) con excepción de la justicia. Los canales de radiotelevisión públicos del gobierno autonómico transmiten casi exclusivamente en catalán y se promociona la publicación en esa lengua. De la misma manera, en la educación obligatoria se promueve que la lengua vehicular de enseñanza sea el catalán (excepto lógicamente en las materias de castellano, inglés, etc.). De aquí se deriva que una gran mayoría de la población entienda la lengua y en torno a un 70% sea capaz de hablarla. Teniendo en cuenta que una parte significativa de la población tiene su origen en otras regiones no-catalanoparlantes se trata de un éxito considerable en la implantación del idioma.

Por supuesto, esto no excluye ciertas tensiones lingüísticas. Aunque marginal, periódicamente surge el reclamo, apoyado por los sectores conservadores de España, por una revisión del sistema educativo para dar más espacio al castellano. Y con mayor protagonismo, el partido político Ciudadanos ha crecido enormemente (fue el partido más votado en las últimas elecciones catalanas) haciendo bandera del nacionalismo español, explotando desde sus inicios el sentimiento de agravio de los castellanoparlantes.

La cuestión del idioma es importante ya que el nacionalismo catalán es eminentemente lingüístico, no habiendo otras diferencias culturales remarcables con el resto del Estado. Hay que apuntar que a pesar del alto grado de protección oficial, el catalán solo es lengua de uso habitual para el 36% de la población. Las variaciones locales son significativas, siendo mucho mayor su uso en áreas rurales y algo menor en zonas urbanas (y dentro de ambas se dan subdivisiones en función del origen y el nivel de ingresos). Esto demuestra tanto el fracaso relativo del proceso de uniformización nacional español como lo incompleto del proceso de construcción nacional catalán. Tampoco puede pasarse por alto obviamente la persecución al catalán durante la dictadura franquista. En aquella época la opresión nacional era innegable, pero el hecho de que haya ahora desaparecido indica que su resolución no implica necesariamente la independencia.

Queda claro entonces que, en ausencia de explotación u opresión no hay base alguna para defender la independencia. Sí que es posible defender el derecho de autodeterminación en este contexto, pero solo como derecho democrático burgués. Hay que decir claramente que en nada mejorará la explotación de los trabajadores con su ejercicio. De hecho, de ganar la independencia lo más probable es que empeorara. El objetivo de defender el derecho de autodeterminación es luchar contra el nacionalismo y solo tiene sentido bajo esa perspectiva.

Conclusión

Con la perspectiva del tiempo, se ha hecho evidente que el independentismo no tiene la fuerza social necesaria para imponer sus objetivos. Todo lo que ha conseguido es ahondar la división nacional profunda que existe en Cataluña. Lamentablemente, esta división atraviesa a la clase obrera, que se ve arrastrada detrás de una u otra bandera.

Dos fuerzas empujan el nacionalismo catalán: una material y otra ideológica. La fuerza material se resume en una disputa por el reparto de la plusvalía. La otra consiste en una construcción ideológica-política de lo nacional necesaria para la dominación de clase. Puede que en este caso esta última sea la más importante, ya que se ha vuelto indispensable para la legitimación de la clase dominante. Sin embargo, dadas las circunstancias, esta construcción ideológica no tiene posibilidades de concretarse en un Estado propio diferente de España. Si de una crisis de régimen se trata, es la crisis del régimen político burgués en Cataluña. Es difícil prever cómo evolucionará la situación, quizás hacia una recomposición del sistema político autonómico mediante una dolorosa renuncia al objetivo de la independencia.

Para los revolucionarios la disyuntiva es clara: hay que posicionarse claramente en contra de la independencia de Cataluña. Es que indudablemente la consecución de la independencia es perjudicial para las condiciones de vida de los trabajadores. Sus efectos económicos inmediatos serían la fuga de capitales, la salida del euro y los retiros de depósitos. Los trabajadores acabarían pagando los platos rotos de la independencia. Aún más, el establecimiento de un nuevo Estado implicaría el levantamiento de aranceles y barreras proteccionistas. Y obviamente asistiríamos a una todavía mayor exacerbación nacionalista que profundizaría la división de la clase obrera. Todo ello hace a la independencia históricamente regresiva, además del peligro de balcanización y fragmentación del mercado de la península. Si todo lo sucedido hasta ahora ya sitúa a la clase obrera en unas condiciones peores que antes del pasado octubre, la independencia tendría unos efectos ideológicos desastrosos. Ya es suficiente con que hoy los trabajadores estén más predispuestos a marchar detrás de “su” Estado y “su” burguesía. Los marxistas nos oponemos a esto y defendemos la unidad internacional del proletariado (internacionalismo) contra la burguesía de todas las naciones.

Hace casi un año Rolando Astarita exponía unos puntos programáticos que siguen más vigentes que nunca y que son la única vía para superar la división nacional y avanzar hacia una salida progresista:

«a) Es necesario caracterizar al movimiento independentista catalán como un movimiento burgués y pequeñoburgués, por su programa y estrategia.

b) Es necesario decir a los trabajadores que la explotación no va a modificarse un milímetro con la independencia.

c) Es necesario explicar que Cataluña no es un país explotado (ahora agrego que también es necesario explicar a los trabajadores catalanes que los trabajadores en Andalucía no viven a sus expensas).

d) Es necesario explicar que estamos en contra de la exaltación nacionalista, catalana o española.

e) Además, que una Cataluña independiente, que inevitablemente estará bajo dirección burguesa, no significará ningún desarrollo particular de las fuerzas productivas (y ahora agregaría que se pueden agravar los problemas económicos).

f) Que en este marco defendemos el derecho a la autodeterminación (entendida como el derecho a la separación); y por supuesto, llamamos a enfrentar la represión del gobierno [español] (pero en esto estamos de acuerdo toda la izquierda y el progresismo).»

Lamentablemente el ambiente no es nada propicio para la propaganda de estas ideas internacionalistas y revolucionarias. Esperemos que la vorágine nacionalista en la que estamos sumergidos se detenga con el pacto por las alturas que están intentando urdir PSOE e independentistas.

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